Diluvio IV, la lucha
Diluvio visitó la tumba de Gretel todos los días durante treinta años. Se hizo todo un hombre y un gran cazador pero su mirada melancólica nunca la perdió, su desdicha fue creciendo con el tiempo.
Una tarde su atormentado corazón se calmó. Fue en tiempo de Adivenisis. Los astros se veían a pleno atardecer y la música de los pájaros se escuchaba mas dulce que nunca. Diluvio estaba junto a la tumba de Gretel, en silencio, como siempre. De repente, un viento del oeste golpeó su pecho de un modo que le llegó al corazón y una calma lo llenó. Fue como si Gretel le hablara y le dijera que no se sintiera culpable por el incidente. Que si bien vivió solo 120 años lo importante no es el tiempo que se vive sino el cómo. Justo cuando terminó de escuchar estas palabras se iluminó todo el lugar y Diluvio cerró los ojos. Sintió una caricia sobre el rostro y cuando abrió los ojos ya no había nada. En ese momento decidió emprender un nuevo camino, se dio cuenta que había perdido su tiempo lamentándose y eso tenía que cambiar. Se arrodilló sobre la tumba de Gretel, la besó y se incorporó. Desarmó su carpa. Tal vez iría hacia el sur pensó. Estaba por adentrarse en la selva cuando apareció un hombre.
- Hola –le dijo el hombre sonriendo-.
- Hola –dijo Diluvio desconfiado y sorprendido-.
No había visto a un ser humano en treinta años, se había olvidado de cómo hablar.
- Vi tu carpa y decidí acercarme -el hombre lo miraba con intensidad-.
- Si. -dijo Diluvio, se sentía intimado por este hombre pero no sabía por que-.
El hombre le dijo que vivía en una cueva cercana a esos lugares y que nunca había tenido necesidad de salir...hasta ahora. El hombre se mostró amigable y Diluvio se sintió a gusto con él. Todo estaba tranquilo hasta que se escucharon algunos truenos. El cielo se nubló y el rostro del hombre cambió. La lluvia no se hizo esperar y cayó torrencialmente. El hombre miró hacia arriba y extendió su brazo. Su ojos buscaban algo en la lluvia. Su mano atrapó algunas gotas y se la acercó a su cara. La miró y se dio cuenta que lo que parecía ser agua tenía una consistencia diferente y su color era rojizo. Miró a Diluvio.
- Esto es su culpa -dijo el hombre enojado-.
- ¿Qué? -preguntó Diluvio sin enteder nada-.
- Cuando vinieron, vos y los tuyos. Todo esto es su culpa.
El hombre se le acercó y lo golpeó. Diluvio no entendía nada, trató de defenderse como podía. El hombre era mas rápido que él y lo estaba venciendo. La lluvia caía con mayor intensidad y el lugar se llenó de charcos. En un momento Diluvio dejó de resistirse, se dio cuenta que ahora estaba en paz y no quería perder eso. El hombre lo siguió golpeando. Diluvio caía y se volvía a levantar para caer nuevamente en cada charco rojo. Diluvio cayó una vez mas pero no se levantó. El hombre, exhausto, le exigió que se incorporara. Diluvio no le hizo caso. El hombre lo golpeó con mas fuerza pero Diluvio no se inmutó. Con impotencia el hombre se sentó al lado de Diluvio. Se produjo un silencio largo. El hombre comenzó a llorar. Diluvio lo miró con compasión y lo rodeó con un brazo. Su cuerpo lastimado apenas lo dejaba moverse.
- Tu nombre, ¿Cómo te llamás? –le preguntó el hombre-.
- Diluvio -respondió respirando agitadamente-.
- De ahora en adelante ya no te vas a llamar Diluvio, sino Penuel, porque luchaste con Dios y con los hombres y venciste.
Penuel se lo quedó mirando.
- Y vos, ¿cómo te llamás? –preguntó Penuel con curiosidad-.
- ¿Por qué me preguntás eso?
Penuel no supo que responder y calló. Su mirada se perdió en la tierra rojiza. Cuando volvió a mirar a su costado el hombre ya no estaba. Penuel miró al cielo, sonrió y abrió los brazos. La lluvia ensangrentada poco a poco se fue haciendo cada vez mas transparente hasta convertise en agua. Diluvio abrió la boca y sintió como el agua que entraba en su cuerpo le daba vida nueva. Agradeció al Señor, tomó sus cosas y se dirigió hacia el sur, camino a las montañas cristalinas.